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¿Cuántos Quijotes tendríamos hoy?

Aventuras de un taller

Hay quienes creen en los talleres literarios y quienes no. Recuerdo que en uno de sus viajes a La Habana en 2003 ─luego de pelearse con la revolución debido al fusilamiento de tres jóvenes que intentaban desviar una lancha con el objetivo de alcanzar las costas de la Florida─ el escritor José Saramago fue invitado a Cuba para dar una serie de charlas y presentar la edición cubana de El evangelio según Jesucristo. De vuelta al redil era la reconciliación perfecta.
Estuve presente en uno de aquellos encuentros celebrado en el Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. A la pregunta de un joven aprendiz de que si el laureado autor creía o no en los talleres literarios, el anciano fue tajante: “¡No creo en los talleres literarios!”. En defensa de su juicio, mencionó el hecho de que ni Cervantes ni Quevedo habían asistido a talleres literarios. El joven ni corto ni perezoso, herido en su fe, lo desafió preguntándole cuántos Cervantes hubiese si a la monarquía le hubiera dado por regar la península con los mismos. ¿Cuántos Quijotes tendríamos hoy? A partir de ese instante no hubo ni charla ni nada. El Centro Onelio Jorge Cardoso contra José Saramago. Un debate estéril, pero que el autor parecía disfrutar.

En varias de sus novelas Roberto Bolaño trata el tema de los talleres de poesía en Chile, antes del golpe militar de Pinochet y, después, en la capital de México, lugar donde vivió y escribió parte de su obra. Para Bolaño esos talleres de poesía tenían algo siniestro. Una especie de metástasis de la literatura que adquiría vida propia a través de un absurdo número de revistas de dudosa calidad dedicadas al género. Su escepticismo no es el portazo de Saramago, pero sí aborda la existencia de los talleres desde la sátira. Eso lo dice todo.  
Soy de la opinión de que los talleres no hacen a los escritores como las academias forman a músicos, artistas o actores. Nadie que pase un taller literario, da lo mismo que sea de narrativa que de poesía, saldrá convertido en escritor. Para ser escritor se necesita algo más. Algo propio. Un talento especial que sencillamente se tiene o no.
Sin embargo, los talleres son útiles. Doblemente útiles, diría por experiencia.
Conocer las técnicas narrativas ─sí, esas que usamos instintivamente desde los tiempos cavernarios hasta hoy a la hora de contar una historia─ facilita un sinnúmero de recursos de incalculable valor afines con la escritura. Tener conciencia de estas es valor agregado en apoyo del talento. El candidato estará mejor preparado para resolver los desafíos de la ficción.
Sin obviar que este conocimiento, en tanto experiencia crítica, permite un acercamiento más activo a la lectura. A diferencia de un simple lector, quien conozca las técnicas narrativas con cierta profundidad, abordará la lectura desde puntos de vista inusitados, y harán de esta una experiencia más enriquecedora.     
Desde el espacio Quartier Literario iremos poniendo a consideración de los lectores piezas narrativas generadas por el taller literario impartido en Legados ─instituto encaminado a la enseñanza del español a través de las artes y las culturas latinoamericanas─ Se trata de historias creadas a partir de ejercicios y situaciones que actúan como desencadenantes de posibles relatos. El conjunto de temas es variado, van desde el erotismo a la actual pandemia, transitando por la ciencia ficción, el terror, la religión, lo fantástico. Las historias, además, son abordadas en diferentes tonos y registros explorando el humor, lo paródico, lo trágico a veces.
Trabajar con los miembros del taller ha sido un intercambio sumamente gratificante. Cada cuento leído aquí fue objeto de acalorados debates entre los talleristas. Cada una de estas historias debe ser leída como lo que fueron: fiesta y exorcismo.      
Francisco García González
Montreal, julio de 2021